A medio inflar
Aquí donde me veis, vengo de una larga estire de porteros de fútbol. Mi padre fue portero y compañero de Andreu Palop. Creo recordar que llegó a jugar en Segunda división B.
Mis primos también lo son, y mi tío fue Salvador Llopis (Cota) portero del Valencia CF entre 1970 y 1975.
Esa estirpe la rompí cuando de pequeño tuve que elegir deporte, alguien me dijo que debía jugar a baloncesto porque era muy alto. Y como siempre he sido de confiar en el plan supremo, asentí con la cabeza como quien acepta su destino con honor.
Uno de los regalos de Reyes que recuerdo con más cariño fue un balón Mikasa FT-5. Mi inocencia me hacía creer que era el balón de la Champions chutado por el mismísimo Mendieta en el templo de las estrellas.
No os voy a engañar: soy malísimo jugando, será por eso que me gusta tanto. Disfruto viendo en otros las habilidades de las que carezco: gente haciendo bailes coordinados, dibujos la mar de realistas, o saliendo con la chica de sus sueños.
La historia de Mikasa comienza en 1917 en una ciudad de Japón llamada Hiroshima. Un joven Masutaru Masuda funda una empresa dedicada la fabricación de productos de caucho. Las chanclas eran su especialidad pero pronto empezarían a hacer productos de todo tipo.
No fue hasta 1935 cuando Hiroshima Rubber Corporation decide lanzar al mercado una línea de productos deportivos bajo la marca Mikasa. Fue la calidad de sus productos y su precio asequible la que le hicieron triunfar por todo el mundo.
Algo que hizo bien Mikasa fue crear estándares de producción. Durante esa primera mitad del SXX, Japón estaba muy avanzada con respecto a occidente en términos industriales. Su tecnología permitió que todos sus balones fueran prácticamente idénticos.
Puede parecer algo trivial, pero recordad que estamos en años de postguerra en Europa. En el fútbol no llegaríamos a ver una calidad tan buena hasta los 60. Mikasa sigue dominando en otros deportes minoritarios como el voleibol, con menos competidores.
Mikasa Balls seguía innovando y en 1936 inventó un método para calentar una bolsa interior de goma conectando una válvula e insertando aire comprimido. Gran calidad a precios muy competitivos. Todo iba viento en popa para los balones nipones.
Pero en 1945 la guerra había empeorado. La fábrica de Mikasa balls ardía tras la bomba nuclear de Hiroshima.
Tras el fin de la guerra, el Ministerio de Educación de Japón ayudó a Mikasa a reabrir sus fábricas y reaundar las operaciones. Debía volverse a construir un país, y debía hacerse desde la educación y el deporte. El balón prisionero con Mikasa balls se encargaría de lo segundo.
Pero la gran popularización de Mikasa llega en los Juegos Olímpicos de 1964. Con el desarrollo del enrollamiento de balones con hilo, Mikasa consigue una redondez superior a la del resto. Esto le permite convertirse en el balón oficial de voleibol de los JJOO.
En esos mismos Juegos, el equipo japonés de voleibol femenino (las Brujas de Oriente) gana la medalla de oro. La fiebre por el voleibol no tiene precedentes.
Y es así como Mikasa llama la atención de occidente. Los pedidos de los Estados Unidos para la producción de bolas de goma aumentan a partir de 1970. Las fábricas de Mikasa empezaban a ir a toda máquina.
Los primeros balones de fútbol FT-5 de Mikasa comenzaron a llegar a España en la década de los 70. La dureza de los balones los hacía muy resistentes en exterior y su precio asequible hizo que acabaran bajo el belén de todos los niños en la noche de Reyes Magos.
Niños jugando en el parque. Patadas, gritos, risas. Hacer equipos al "chapí-chapó" y que me eligieran el último, ha sido mi infancia; pantalones con rodilleras, las zapatillas que más corren y el balón a medio inflar.
Antes de continuar con la segunda parte de Libra, recuerda que lo bueno, si es compartido, es dos veces bueno. Considera compartir esta historia con quien creas que le puede gustar.
El día que me acosté con Luka Dončić
Ya sabéis que he jugado toda mi vida al baloncesto. Durante años, ese deporte me dio algunos de los momentos más felices de mi vida. Comencé jugando en el equipo de mi pueblo. No he sido nunca especialmente bueno, pero un niño de 10 años midiendo 1,60 impresiona. Así que pronto recibí la llamada de Lucentum, que era cantera de equipo ACB por aquellos años. Ese día era el comienzo de una fulgurante carrera hacia las estrellas para mi yo de 9 años. "Además soy alto y me llamo Pau, el destino me ha elegido".
En el Lucentum he hecho muchos de los amigos que mantengo hoy. Desde los 10 años hasta los 18 el equipo lo configuramos prácticamente los mismos compañeros. Manteníamos, además, amistad fuera de la pista. La química y complicidad nos llevó al Campeonato de España en 2013.
Hoy os contaré la vez que me acosté con Luka Dončić.
Estábamos en Budapest. 2013. Torneo Internacional de clubes. Participaban grandes canteras: la Cibona de Zagreb, Bayern de Munich, selección nacional de Hungría, Real Madrid... y nosotros, que a penas habíamos salido de Alicante para jugar un partido, cagaditos de miedo. Un chico de 15 años midiendo 1,90 asombra. Era lo que medía yo. Cuando llegué a Hungría todos los equipos tenían un pivot de 2,10. Ya os podéis imaginar la que me cayó.
Todos los equipos estábamos en el mismo hotel, y los únicos españoles eran el Real Madrid y nosotros. El caso es que una tarde estábamos en la habitación de Luka con sus compañeros. Alguno era bastante flipadillo, pero a nosotros nos encantaba que nos contaran cosas, les escuchábamos con admiración.
Luka - me gusta llamarlo como si lo conociera de toda la vida - estaba tumbado en su cama, y yo estaba de pie a su lado. Se hizo a un lado y dijo mirándome:
"Túmbate, no estés de pie".
Eso hice. Seguimos hablando toda la noche.
Una vez, en plena mala racha, escribí con letras enormes en una doble página de un cuaderno que la inocencia se termina cuando a uno le roban la ilusión de que se cae bien a sí mismo. - Joan Didion
No hay nada que me dé más pereza que las frases motivadoras. "Si quieres, puedes", "tú te pones tus propios límites".
Madurar es ir abandonando sueños.
El día que vi a los pivots de la Cibona de Zagreb, se rompió mi primer sueño. Ningún drama, la verdad, nunca he sido de llorar despedidas.
Por el camino ha habido muchos otros sueños rotos. Uno sale de la universidad con la confianza de quien no tiene ni idea de la vida, y encuentra monstruos y dragones que domar. Nadie espera, nadie considera y nadie te debe nada. Eres tú contra las circunstancias. Requiere valentía.
Me gusta decir que los sueños se diseñan, y madurar es aprender a diseñarlos. Cuando uno es un pobre junior, tiene sueños concretos, específicos. Perfila cada detalle de su vida ideal, como si se tratara de un esqueumorfismo forzado. Madurar es eso: domar la vida y simplificar los sueños al más puro minimalismo nórdico. Quedarse con lo esencial. Quererse a uno mismo. Y quererse a uno mismo es, precisamente, estar satisfecho con los sueños que hemos roto por el camino.
Quedarse con lo bonito de cada momento: con las tardes en Madrid, con los amigos que hice en la universidad, y con aquella conversación que tuve el día que me acosté con Luka Dončić.