Cerco en el mantel
Se trata del re-diseño de una pieza del entorno humano, de antiquísima tradición, entroncada fuertemente con la cultura de la cuenca mediterránea. La aceitera, por deformación lingüística, vinagrera, ha sido objeto de fabricación y uso popular desde miles de años. Pero siempre teniendo una característica un tanto engorrosa: todas gotean. Las manos, el soporte y el mantel en su caso, no se salvan del unte y la mancha.Se proyecta, primordialmente, la mejora de uso aplicando los postulados del diseño moderno, de coherencia entre material, utilidad y forma.
— Rafael Marquina en la memoria de la aceitera mágica
Hola, soy @heypauet, diseñador y emprendedor, actualmente en Blockeniza. Bienvenido a Libra, una carta semanal donde diseño y humanismo se encuentran a ambos lados de la balanza.
Dijo Rafael Marquina i Audouard que, de niño, cuando vertía aceite sobre el pan y derramaba alguna gota, su madre siempre le reprendía por ensuciar el mantel.
La cuestión es que tras estudiar arquitectura y realizar diseños de notoriedad nacional en la segunda década del siglo XX, Rafael Marquina se lanzó a diseñar un objeto que acabaría en las casas de medio mundo, y en otras tantas fábricas que trataron de copiarlo.
En 1961, Rafael comenzó a pensar en la que sería bautizada como “aceitera mágica”, en un intento de crear un sistema antigoteo para aceiteras y vinagreras.
En la investigación previa al prototipo, Rafael concluyó que las aceiteras no manchan durante su uso, sino inmediatamente después. Es la densidad del propio aceite la que hace que las gotas se deslicen por la superficie externa de la aceitera.
En aquel momento se utilizaban dos recursos poco eficientes para tratar de minimizar el goteo:
Un reborde en forma de vertedor convexo:
Un tubo de salida que «aleja» el problema unos pocos centímetros, sin resolverlo.
Estas segundas aceiteras habían obtenido su forma de las teteras. Sin embargo el resultado no era el mismo, ya que la densidad del aceite era mayor, y la gota seguía recorriendo todo el tubo sin despegarse de la aceitera. Tuvieron éxito como aceiteras de cocina, ya que se minimizaba el problema en ese entrono.
Fue entonces cuando Rafael se lanzó a realizar los primeros prototipos de una aceitera que no goteara, con algunas premisas.
El diseño debía ser extremadamente sencillo de utilizar y estar adaptado a cualquier persona de la casa. Desde niños hasta ancianos. A diferencia de las aceiteras de spray, la forma de uso de la aceitera mágica era innata a su forma. Rafael había hecho un tremendo ejercicio de affordance: la forma indicaba la función.
Este fue el primer prototipo funcional de Rafael Marquina. Estaba formado por una ancha base cilíndrica y una salida del aceite separada del cuerpo de la aceitera. A media altura del cuello incluía un cono invertido que serviría para recoger las gotas de aceite y volverlas a colocar en el interior de la aceitera.
El prototipo final dejaba de tener un cuerpo cilíndrico y pasó a tenerlo cónico. Cono abajo y cono invertido arriba, todo un ejercicio de recursividad en las formas digno del modernismo que imperó en aquellos principios de los 60. Además, esta forma le daba mayor estabilidad a la base.
Una de las premisas que Rafael recoge en la memoria del proyecto es la siguiente:
El aceite y el vinagre tienen colores característicos y bellos. En ningún caso debemos ocultarlos, ya que ayudan a la identificación y diferenciación.
Rafael concebía la creación de productos con criterios racionales y organicistas, siempre con la premisa de mejorar la experiencia del usuario.
En esa filosofía de dar prioridad a la funcionalidad, Rafael apreció la belleza del contenido, utilizando el recurso del color del aceite y el vinagre para diferenciar ambos sobre la mesa.
Qué razón tenía.
Está la mesa puesta. Tenedor para el aperitivo y para el pescado. Tres tipos de copas, platos hondos y platos llanos. Hay fuente y jarra. Hay pan y hay vino. Servilletero y hasta soporte para el pastel.
Todo esta perfecto, pero siempre hay un cerco sobre el mantel.
¡Otro domingo más! La semana pasada fui a ver la exposición 'Tormento y devoción' en el Museo Sorolla.
Ir a ver a Sorolla después del verano es como bajar a por un ibuprofeno tras una larga noche de fiesta. Aprovechad este mes, que es gratis durante septiembre.
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