Diez en matemáticas
Yo tenía ocho años cuando tuve que tomar una de las decisiones que más condicionó mi vida. Después de uno o dos años de preparación, con clases de solfeo e introducción a la música teórica, debía elegir el instrumento que me acompañaría en los años venideros.
Como en varias ocasiones a lo largo de mi vida, elegí con el corazón y, por supuesto, erróneamente. Quedé encandilado con la melodía de una de las solistas de la orquesta, que tocaba el clarinete. Y así tomé la decisión. Primero tuve un clarinete de resina, de los que suelen utilizarse para introducir a los jóvenes aprendices. Ya en el conservatorio, puso mi padre entre mis manos un Buffet Crampon R13 Prestige. Digo que fue mi padre porque todavía recuerdo la expresión de mi madre: "qué estamos haciendo". Él también toma las decisiones por impulso.
Elegir un instrumento cuando eres un niño es algo muy similar a cuando eliges el Pokemon inicial. Yo elegí el tipo planta. ¿Quién elige el tipo planta? Cuando digo que fue de las primeras decisiones erróneas que tomé, lo digo porque debí haber elegido la guitarra. Al menos así habría tenido algo de éxito con las chicas. Con una guitarra eres el alma de la fiesta, el guay del grupo, el Taburete del pequeño pueblo de provincias. Con un clarinete eres un repipi que viste camisas con 12 años y saca buenas notas. La primera chica de la que me colgué, yo tendría 14 años, debía de ser pistolera. Siempre fui su bala de reserva, con la mala suerte de vivir en el primer mundo. Nunca tuvo que disparar, pero yo me quedé un buen tiempo atrapado en su cargador.
Recuerdo, por esa época, un día concreto en el instituto. Estaba todo el mundo nervioso por las notas. Entramos a clase de matemáticas después del recreo. La profesora aparece con un sobre marrón bastante grueso. De repente los cuchicheos se hicieron más fuertes; el sonido de sillas moviéndose se hizo más intenso, fruto de los nervios; y la temperatura de un aula de 2º de la ESO, hasta arriba de la testosterona, aumentó considerablemente.
La profesora comenzó a repartir los exámenes corregidos con las notas en rojo. Los cuchicheos eran ahora resoplos y algún que otro sollozo.
Yo estaba sentado. Espalda recta. Mirando mi pupitre con la calma de quien sabe que va a la guerra armado hasta los dientes. Se acerca la profesora con semblante serio. Se me queda mirando tres segundos hasta dejar caer el examen corregido.
Un diez. Redondeado en rojo.
Yo para mis adentros: 'Ahh joven chico. Diez en matemáticas, cero en el amor'.
Serían los últimos meses antes de abandonar las clases del conservatorio. En la orquesta yo era clarinete segundo cuando al director le dio por venirse arriba. Un lunes por la noche llegamos al ensayo y sobre nuestros atriles había una partitura que cambiaría nuestras vidas. Una de esas obras que solo se atreven a interpretar los valientes. The Year Of the Dragon compuesta por Philip Sparke. Todavía recuerdo el tercer movimiento:
Suelo poner ese tercer movimiento a todo volumen en mi Alexa, mientras me afeito y arreglo antes de una cita con alguna chica. Me miro al espejo y recuerdo a aquel joven aterrado ante la partitura. Look at you now, boy.
Salgo a la calle hacia el restaurante. Me he tomado una copa de vino antes de salir, así que voy decidido y sin ningún temor. Llevo la mejor de mis camisas y Memory Box en mis airpods. Peter Cat es de esos grupos que te sumen en un estado de embriaguez sintiéndote capaz de cualquier cosa. En el segundo 35 de la canción mis labios empiezan a simular la percusión de la banda; en el 1:05 mis pies empiezan a moverse de forma más ligera; y en el 1:45 empiezo a bailar con las farolas, mientras noto miradas escandalizadas en el Barrio Salamanca.
Me acerco al restaurante como Ícaro se acercaba al Sol: despreocupado y con la confianza de quien todavía tiene una vida por delante. Cuidado chico, crees ser de hielo pero se te van a derretir las alas.
Ya en casa por la noche repito las mismas palabras que cuando tenía catorce años. Cualquiera podría haberse lamentado por sacar un cero en el amor, pero a mí siempre me quedará mi diez en matemáticas.
¡Recuerda, joven!
Antes de marcharte, recuerda que compartir es vivir. ¿Estás viviendo, o simplemente pasas por el mundo?