– Tres ba-rras un eu-ro
Cinco segundos de cadencia antes de que mi madre gire la cabeza, entre incrédula y extasiada.
– ¿¿Eso lo has leído tú??
Yo, que con 5 años todavía no atino a adivinar los sentimientos de mis interlocutores, respondo un ‘Sí’ que mezcla miedo y curiosidad
– ¿¿Y aquí que pone??
– Re-cién hor-ne-a-do
Si mi madre se arranca, en medio del supermercado, a darme besos más fuertes que un balonazo del Jonathan, es porque no he hecho nada malo.
A partir de ese momento emplearé todos mis esfuerzos en leer todo lo que me encuentre en el entorno, y lo haré en voz alta para que quede constancia de que progreso adecuadamente. En ocasiones, cuando hay muchos carteles en el entorno, emplearé velocidades que no conoce la ingeniería contemporánea, no vaya a ser que me deje una palabra sin leer.
Todo termina con la cabeza de mis padres a punto de explotar y una frase que marca el fin de una etapa superada:
– Muy bien, hijo mío. Ahora tienes que aprender a leerlo para adentro.
Ando pensando estos días en un pequeño párrafo que narra San Agustín en sus Confesiones. Es una pequeña descripción, que casi pasa desapercibida, en la que cuenta con admiración el espectáculo que le resulta ver leyendo en voz baja al obispo Ambrosio de Milán.
“Cuando le dejaban libre, que era muy poco tiempo, se dedicaba a reparar las fuerzas de su espíritu con la lectura. Lo hacía pasando la vista por encima de las páginas, penetrando su alma en el sentido sin decir palabra ni mover la lengua.
Alguna vez le vi leer calladamente. ¿Quién se atrevería a molestar a un hombre tan atento? Optaba por marcharme, conjeturando que aquel poco tiempo que se le concedía para reparar su espíritu, no quería ser ocupado en otra cosa.”
Ese asombro de San Agustín solo se explica porque, durante siglos, la lectura fue un acto colectivo, no individual. El rol del lector consistía en alimentar los oídos de gentes que, pese a no saber leer, ansiaban los tesoros que se escondían entre los pergaminos. Y así fue, al menos, hasta que la alfabetización se extendió entre las clases medias.
Me resulta fascinante cómo la relación entre la popularización de la lectura, y su intimidad, es directamente proporcional. Cuanta más gente aprendió a leer, más íntima se hizo la lectura.
Me pregunto si algo similar ocurrirá con internet. Si, una vez dominemos todas las dinámicas que ocurren en línea, dejaremos de compartir todo lo que se nos pasa por la cabeza. Quizá haya alguna posibilidad de que muchos de los errores que ha cometido mi generación (exponer nuestra intimidad más de lo que nos podemos permitir), sean enmendados por las generaciones futuras.
Vuelve Libra después de la quietud, perseguido por la idea de que el ancho de banda de la cabeza supera con creces al de la boca. Vuelve después de meses huraños, porque las palabras corren más que las ideas. Vuelve más añejo y (espero) con más poso; más tarde que pronto; y con más palabras afuera para volver a Leer para adentro.
voy preparando un buen café para la siguiente lectura en bajito, ¿una taza, Pau?
preciosa vuelta <3