Maravillosa
Este fin de semana he venido a Oliva. Yo me crié en una ciudad cercana a Alicante, pero toda mi familia es de aquí. Cuando preparé la maleta para ir a Madrid, mis padres decidieron que ya no había nada que les atara, así que pusieron rumbo de vuelta a casa.
Venir a Oliva me re-conecta con todo lo que yo he sido (y soy). Con mi familia, con el mar. Con las mesas puestas y con las charlas con mis padres hasta las tantas de la mañana.
Siempre os hablo de mi madre, y mi padre, que no lo reconoce, se pone algo celoso.
Con mi padre disfruto hablando de muchas cosas, pero sobre todo de música. Él y yo somos muy distintos. Él es sangre caliente y yo he heredado la paciencia de mi madre. Sin embargo, pese a lo que cualquiera que nos conozca a ambos pudiera pensar, somos muy parecidos.
Él es artesano. De toda la vida. Su profesión es la de darle una pierna a quien la ha perdido. No conozco profesiones, hoy en día, que requieran tanto mimo, esmero y cariño, como la suya. Desde pequeño lo he visto en su taller lijando y respirando escayola, hablando con vehemencia de la perfección. Y es que, no hay margen de error en su oficio. Un milímetro más o menos, implica que el paciente vuelva a la semana con rozaduras horrorosas.
Además de artesano, él es saxofonista. Eso me lo pegó a mí (lo otro también, aunque él no lo sabe). Esa sensibilidad por la música me la regaló él cuando me insistía para inscribirme en el conservatorio. Ya no toco (mejor), pero disfruto la música incluso más que entonces.
Esta carta la estoy escribiendo el sábado por la noche. Nos hemos preparado una cena con queso, embutido, atún (que pesca él), y un vino francés que no me ha terminado. Está sonando Andrea Motis (qué suerte tenemos de tenerla, y de tener a Joan Chamorro como líder de una generación de Jazzistas en España).
Solo quería dar las gracias por tener la familia que tengo, los amigos que tengo, y los inputs que tengo. La vida es maravillosa.