Molar a pedales
Verano de 2013. Nosotros adolescentes de pueblo costero; ellas madrileñas alegres y risueñas. Von vestidos ágiles, y la confianza de quien sabe que tiene el control.
Secuestrábamos el viejo Vespino que había en el garaje. El mismo en el que nuestros padres cometieron sus fechorías. Todo por tratar de impresionar.
Aventurarse era una auténtica temeridad. Y nosotros, jóvenes, osados e incautos, todavía no sabíamos calibrar el riesgo.
La historia del Vespino empieza en Madrid en 1967. Frente a la sede del Banco de Urquijo de la calle Alcalá hay un coche aparcado con las ventanillas abiertas y una canción de Los Relámpagos a todo volumen. En el edificio está Lelio Pellegrini presentándole Juan Lladó el proyecto de un nuevo vehículo.
Acaba de arrancar una nueva crisis en España que está afectando sustancialmente la venta de Vespas. Así que Lelio, que es el director de la planta de fabricación española en esos años, decide producir un vehículo más económico.
Lelio tenía una gran experiencia en el sector. Fue la persona de confianza de Piaggio cuando esta decidió abrir un fábrica en España. Llevaba al frente de la sede más de 15 años, así que tenía la confianza completa de la central para lanzar su nuevo producto.
El objetivo era crear un vehículo más ligero que la Vespa, sencillo de utilizar y lo suficientemente económico como para que cualquiera pudiera comprarlo. El resultado acabaría convirtiéndose en un símbolo de libertad para más de una generación de adolescentes.
Para conseguirlo, los ingenieros de Lelio, que habían estado siempre con él, idearon un nuevo sistema de transmisión en el motor que sería patentado en España.
El 19 de febrero de 1968 nacería el Vespino con un sistema que se caracterizaba por tener los órganos de transmisión a un mismo lado del vehículo. Esto hacía el ciclomotor más práctico y más accesible para todo el mundo. Además, su diseño lo hacía extremadamente sencillo de reparar, y la rueda era más fácil de cambiar que la de una bicicleta.
No es de extrañar ver Vespinos todavía rodando por cualquier pueblo. Ése es el verdadero diseño consciente. Hecho para perdurar, para inspirar, y para pasar de generaciones en generaciones.
Sus icónicos pedales permitían el arranque con poco esfuerzo. Se daban unos cuantos pedaleos y el motor empezaba a funcionar. Además permitían que se pudiera utilizar como una bicicleta corriente, en caso de quedarte sin gasolina.
Desde el comienzo, el Vespino trató de posicionarse como un producto dinámico, ligero y para todos los públicos. Encontró su gran público en los adolescentes de la época. Toda su comunicación se centró en ellos.
Dice el maestro José Luis que el mayor objetivo de las grandes marcas es, y siempre ha sido, molar. Vespino molaba entre los jóvenes. Vaya si molaba.
Madrileñas alegres y risueñas en el mediterráneo. Motos apiladas en la puerta de la discoteca cuando sólo éramos unos críos. Queríamos molar, y habríamos hecho lo que hiciera falta por conseguirlo. Querer molar. Molar a pedales.
Antes de marcharte
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