Mover un pueblo
Hace ya 60 años una fábrica de asientos de coches de Barcelona lanzaría un vehículo ligero que marcó una época. Sería el primer gran proyecto de su diseñador, y se ganaría el corazón de toda una generación.ç
Hola, soy @heypauet, diseñador y emprendedor, actualmente en Blockeniza. Bienvenido a Libra, una carta semanal donde diseño y humanismo se encuentran a ambos lados de la balanza.
La España de la postguerra era una España pobre. Los medios de transporte escaseaban en la población civil, y el crecimiento de las grandes ciudades forzaron la aparición, cada vez con más fuerza, de la necesidad de vehículos que facilitaran la movilidad de sus habitantes.
Pere Permanyer era un empresario con una fábrica de asientos para vehículos, que funcionaba modestamente durante la dictadura. El cierre de fronteras no ponía fácil el crecimiento, pero Pere fue capaz de desarrollar un vehículo ligero para todo un pueblo.
Fue en 1945, cuando Permanyer, con intención de desarrollar aquello que habían visualizado, se asocia con Francesc Xavier Bultó, un ingeniero industrial apasionado por el motociclismo.
Pere tenía la visión empresarial, Francesc, la industrial y de producto.
Las ventas llegaban y a mediados de los 40, se popularizaban las carreras de motos en las que las principales marcas competían.
Fue decisión de Pere dejar de participar en las carreras, lo que hizo que ambos socios se separaran en 1948. Bultó abandonó Montesa llevándose a los mejores ingenieros para fundar la icónica marca Bultaco. Así nacía una histórica rivalidad entre ambas compañías.
En esa situación de crisis, Permanyer, sin ingenieros, le da a Leopoldo Milà la dirección del diseño de las nuevas motocicletas. Leopoldo era un joven ingeniero con gran visión, inteligencia y ambición. Sin embargo, nunca había podido liderar un proyecto porque había otros diseñadores con más experiencia. Esta era su oportunidad.
Algunos historiadores de Montesa comentan que Pere Permanyer reunió al equipo en una sala y les dijo "tenemos que crear la mejor moto. Sin patrones. Desde cero. Tiene que ser "la moto collonuda".
La histórica Impala Montesa fue diseñada pensando en la funcionalidad, en la industralización, y cómo no, en la belleza.
Leopoldo diseñó un chásis de una sola pieza, con una estructura horizontal que la convertían en una moto elegante con buen manejo.
Buscó líneas curvas para el depósito, pero con honestidad. Desarrollarían la narrativa de la nuevo moto más allá de su diseño.
Viajamos a principios de los 60, a un pequeño bar del pueblo de Montjuïc. Cinco amigos se reunían para charlar y tomar café. Oriol Regàs, un modesto empresario local, con afición por la cultura, intentaba convencer a sus amigos para hacer una ruta por África.
Una simple excursión entre amigos, que acabaría siendo un fenómeno nacional.
Oriol contactó con Montesa y les convenció para que proporcionaran las motos y el 50% del presupuesto del viaje.
La expedición recorrió 20.000 kilómetros durante 100 días por toda África. Con sólo 5 motos y un Land Rover Defender que daba apoyo.
¿Recordáis la rivalidad entre Montesa y Bultaco? Manuel Maristany, que iba en calidad de fotógrafo para cubrir la aventura, empezó a llamar Operación Impala a la travesía, a modo de broma. "Shh, que no se enteren los de Bultaco".
La prensa local dio cobertura a la aventura y, rápidamente, se convirtió en todo un fenómeno nacional. Tanto es así que tuvieron que cambiarle el nombre a la moto. Leopoldo la quería llamar modelo Montjuïc, pero Operación Impala era un movimiento del pueblo y la Impala Montesa también lo sería.
Montesa revistió a la Impala con un halo de virilidad, potencia, y fiabilidad de una forma atrevida. Nunca había habido tanta expectación por una moto que ni siquiera se había lanzado.
Montesa supo mover y entender el movimiento. Hablo de mover más allá de ruedas, bujías y pistones. Más allá de páginas de periódicos, o circuitos de carreras. Hablo de mover más allá de una pluma, más allá de un engranaje y más allá de un Delta de Oro (1962). Montesa supo mover. Mover un pueblo.
Efectivo
Mi madre siempre me ha dicho que los buenos siempre ganan. Cuando era pequeño, el argumento tenía sentido. Sólo tienes que ver cualquier película de Disney o de súper héroes, y la lógica de cualquier niño hace el resto. Lo que las lecciones de mi madre no incluían era la diferencia entre bondad e ingenuidad.
Recuerdo que una ocasión, tendría siete u ocho años, encontré un billete 10€ a la salida del colegio. Yo iba andando, despistado, y ahí estaba. Iluminado. Esperándome.
Encontrar un billete en el suelo es lo más parecido a que suene una canción que te encanta en la radio. Identificar el color entre la suciedad es como escuchar los primeros acordes de cualquier canción de Drexler entre tanta publicidad.
Por supuesto no dudé, lo peor que podía pasar era que, en lugar de papel de la Casa de la Moneda, fuera el de cualquier panfleto cutre impreso. Me agaché y lo cogí. Y fue entonces cuando me dio un ataque de benigna ingenuidad. Levanté la cabeza y vi a un grupo de albañiles. Uno daba voces, dos supervisaban, y otro picaba el con un martillo. Les pregunté si se les había caído. Antes de haber una respuesta hubo un silencio y una mirada cómplice entre ellos. El que supervisaba respondió: "¡Ay sí, gracias chaval!".
Yo era ingenuo, pero no tonto. Recuerdo darme cuenta al segundo de lo pringado que había sido. "Ya me ha vuelto a pasar por ir de bueno. Espero que, al menos, se tomen el café a mi salud."
Hoy en día no me volvería a pasar, ya no encuentro efectivo por el suelo.
¿Me ayudas a hacer que la familia crezca?
Decía mi madre que lo que te hace bien, es mejor si es compartido. Si te ha gustado, compártelo con esa persona que sabes que le encantará esta carta.