Esa noche se sentía, en la zona del comercial del Puerto de Santamaría, un jolgorio calmado que daban ganas de quedarse a vivir en ese momento. En ningún restaurante de alrededor había una sola mesa libre pero Dios nos puso una a nosotros para que pueda hoy mandaros esta carta. Apuraba yo mi cigarrillo en la puerta de La Flaca mientras Juan iba a pedir algo con lo que regar la tráquea. Mesa alta, camisa de lino y la brisa correcta para calmar la piel achicharrada.Si el hombre es la única especie en cometer dos veces el mismo error, en lo que a las chicas se refiere yo soy el único hombre en cometerlo otras doscientas. Porque pueden llamarme kamikaze, pero jamás dirán que soy un cobarde.Pues bien esa noche me acojoné. Estaba yo contemplando el ambiente cuando escuché dirigirse a mí en perfecto acento cordobés:– ¿Perdona nos podemos poner con vosotros? Es que está todo lleno.Giro la cabeza y me encuentro unos ojos más verdes que las profundidades de la mismísima Antártida.Balbuceo mediante:–Ehhh... ¡claro, claro! ¿Qué tomáis?Levanto la cabeza para llamar a Juan con la mirada, que está terminando de pedir en la barra. Con gestos me pregunta que qué está pasando y en el mismo idioma le respondo que haga el favor de traer dos copas más.Esos cinco minutos que tardó Juan en llegar se me hicieron interminables, tratando de ser ocurrente sin parecer un payaso y buscando romper el hielo con dos absolutas des conocidas.Cuando las fuerzas para avivar esa conversación me empezaron a flaquear se me apareció Semele, madre de Dionisio el dios del vino. Me miró a los ojos, puso en mi mano una copita de manzanilla y dijo en tono suave: 'Todo va a ir bien, reconozco a un hijo cuando lo veo'.
Para regar los corazones
Para regar los corazones
Para regar los corazones
Esa noche se sentía, en la zona del comercial del Puerto de Santamaría, un jolgorio calmado que daban ganas de quedarse a vivir en ese momento. En ningún restaurante de alrededor había una sola mesa libre pero Dios nos puso una a nosotros para que pueda hoy mandaros esta carta. Apuraba yo mi cigarrillo en la puerta de La Flaca mientras Juan iba a pedir algo con lo que regar la tráquea. Mesa alta, camisa de lino y la brisa correcta para calmar la piel achicharrada.Si el hombre es la única especie en cometer dos veces el mismo error, en lo que a las chicas se refiere yo soy el único hombre en cometerlo otras doscientas. Porque pueden llamarme kamikaze, pero jamás dirán que soy un cobarde.Pues bien esa noche me acojoné. Estaba yo contemplando el ambiente cuando escuché dirigirse a mí en perfecto acento cordobés:– ¿Perdona nos podemos poner con vosotros? Es que está todo lleno.Giro la cabeza y me encuentro unos ojos más verdes que las profundidades de la mismísima Antártida.Balbuceo mediante:–Ehhh... ¡claro, claro! ¿Qué tomáis?Levanto la cabeza para llamar a Juan con la mirada, que está terminando de pedir en la barra. Con gestos me pregunta que qué está pasando y en el mismo idioma le respondo que haga el favor de traer dos copas más.Esos cinco minutos que tardó Juan en llegar se me hicieron interminables, tratando de ser ocurrente sin parecer un payaso y buscando romper el hielo con dos absolutas des conocidas.Cuando las fuerzas para avivar esa conversación me empezaron a flaquear se me apareció Semele, madre de Dionisio el dios del vino. Me miró a los ojos, puso en mi mano una copita de manzanilla y dijo en tono suave: 'Todo va a ir bien, reconozco a un hijo cuando lo veo'.