Películas rebobinadas
Si le preguntas a cualquier niño cuál es la mejor época del año, te responderá que son las dos primeras semanas de las vacaciones de verano. No porque hayan terminado las clases sino porque, durante ese breve período, tendrá que quedarse con sus abuelos en el pueblo mientras espera a que sus padres cojan vacaciones.
¿Prefieres las tostadas con mantequilla tricolor o con mermelada?
Vaya pregunta, las dos. Ir en bici sin hora de vuelta, tomar helado por la noche, salir de la cama después las once. Esas dos semanas, largas pero cortas, son el paraíso de cualquier niño.
– Abuelo, ¿alquilamos una peli?
– Vamos, ¡pero solo una!
Si hoy te parece difícil elegir una película en tu televisor inteligente, imagina hacerlo en un videoclub, pagando tres euros por ella, y sabiendo que ya no hay vuelta atrás.
– ¡Ésta! – ya era hora.
– ¿Ya la tienes? Pues venga, vámonos.
– ¿Me deja su carnet de socio?… Muchas gracias. Por cierto recuerde devolver las películas rebobinadas.
Últimamente veo el mundo en cuatro dimensiones:
Esencia (lo que es),
Extensión (su alcance),
Forma (sus atributos y cómo se nos presenta); y
Dinámica (la relación o interacción con el entorno y otros elementos).
Si os preguntara cuál de esas cuatro tiene mayor capacidad de influencia, probablemente, el debate estaría reñido entre las dos primeras opciones:
Mi amigo José Luis diría que lo más importante es lo esencial: lo que eres, lo que es. Por el contrario, Lutero resaltaría que la capacidad de extensión, “hasta donde llegas”, no es nada desdeñable.
El uso de la cinta de video no se acerca en absoluto a la forma de consumir cine hoy. El espectador, de cuclillas frente al reproductor, introduce la película. El sonido de los carretes en movimiento indica que la bobina empieza a correr y muestra, una tras otra, de izquierda a derecha, las imágenes cuidadosamente reveladas. Un movimiento imparable, rítmico y que acompaña un ligero sonido del que solo se percibe su ausencia.
Al terminar la película, la cinta queda enrollada del revés y la cortesía exige rebobinarla para el disfrute del próximo espectador.
Me pregunto si esos pequeños sacrificios impactan en cómo nos relacionamos con el resto del entorno:
¿Nos hacen mejores?
¿Por qué sentimos más compartida la cinta de un videoclub que una red social?
¿Es una cuestión de materia (la cinta de video es física, la app de tu móvil no lo es?
¿Es, entonces, la esencia y la extensión lo que nos hace más humanos, o quizá sea el formato lo que cambia radicalmente nuestra relación con el resto del entorno?
No traigo respuestas, solo preguntas. No tengo bobina, solo la cinta. No me quedan imágenes en el carrete, solo cuentos que contarte.
Tengo un club llamado Libra, socios con buen gesto y películas rebobinadas.
En memoria de Juan García Vives. Descanse en paz.