Perdernos en la ciudad
Es un jueves por la noche y yo he quedado con mi amigo Dante para tomar unos vinos después del trabajo. Dante es un fantástico escritor, leído y vivido, como suelo decir. Hablamos de la literatura y de la voraz necesidad de ego que se respira en los grupos literarios de la ciudad, a los que ya hemos dejado de ir. Hablamos de trabajo y planes de carrera (qué necesidad), también de chicas y de nuestro incomprensible imán para atraer ‘tardoadolescentes’.
Las dos de la mañana, se nos hacen divagando. Ya no hay metro. Estoy entre Tribunal y Bilbao y se me acaba la batería. ¿En qué momento hemos perdido la noción del tiempo? A ver cómo vuelvo yo a casa. ¿Qué hago, cojo un taxi? Hace un poco de frío, pero la noche está perfecta. Mejor echo a andar y ya veré cómo llego a casa, aunque no tenga GPS.
Leonardo Torres y Quevedo es uno de los mayores exponentes del humanismo que ha dado la historia de nuestro país. Ingeniero, inventor y miembro de la RAE. Mucho se ha escrito sobre su obra, y sin embargo, hay uno de sus inventos que ha pasado desapercibido.
La posición patrimonial de la familia de Leonardo le permiten dedicarse completamente al estudio. Nacido en 1852 (Cantabria), cabalga entre dos siglos y dos aires completamente distintos. Esto le permite observar con perspectiva los cambios culturales de dos épocas.
Durante toda su vida, Leonardo realizó varios trabajos de investigación, además de inventar objetos que supondrían auténticas revoluciones para la época.
En 1887, construyó en su casa el primer transbordador, al que llamó "transbordador de Portolín". Este experimento fue la base de su primer invento: un funicular aéreo con 6 cables. En 1907, su proyecto evolucionó al primer teleférico. Un diseño robusto y que había conseguido minimizar el riesgo gracias a un innovador sistema de contrapesos.
En 1903, Leonardo pondría la primera piedra del radiocontrol con el Telekino, un autómata que ejecutaba órdenes transmitidas mediante ondas hertzianas. Establecía así los principios del sistema de control remoto inalámbrico, pionero en el campo del mando a distancia.
Máquinas capaces de realizar integrales de primer orden, el primer robot ajedrecista, capaz de realizar un jaque mate con rey y torre. Torres y Quevedo fue uno de los grandes maestros de la automatización en el mundo entero.
Pero sin duda el objeto que más me fascinó en toda su obra fue el Sistema para guiarse en las ciudades. Leonardo que era notablemente despistado, siempre se perdía por las calles de Madrid. La falta de un instrumento que facilitara la orientación le hizo ponerse manos a la obra.
Para ello, hizo un gran trabajo de representación de las ciudades en un pequeño mapa, destacando el tejido de calles y plazas. Las calles se situaban encima de una retícula (cada cuadrado representa 10 metros), y se numeran para que sean fáciles de identificar.
Además, definió otro elemento para su propuesta. Unas flechas que se situarían sobre varios puntos de la ciudad, generalmente sobre farolas. Estas tendrían la función de señalar los puntos cardinales. Todo un ejercicio para mostrar el estado en el que se encontraba el usuario.
La proeza del ejercicio es la capacidad de Leopoldo de trabajar, en 1901, la escala, la representación de la ciudad, y asegurar que el usuario supiera dónde estaba en cada momento. Esos mismos elementos constituyen, hoy, el eje central de los mapas de nuestro siglo.
Leopoldo no recibió, por parte de gobiernos locales, el apoyo para colocar las flechas en las farolas, y el proyecto quedó en un cajón.
Me gusta pensar que es el destino el culpable de que, cada jueves, tras mis vinos, no haya flechas que marquen el camino. Que todo sea un plan de Leopoldo para que todavía podamos perdernos en la ciudad.
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Indicadores
Os voy a confesar que yo no fui soberano de mi propio tiempo, ni del uso tecnológico, hasta que cumplí la mayoría de edad.
La primera consola que recuerdo tener en casa fue una Game Boy Advance, con el Pokemon Verde Hoja. Fue unas navidades, yo tendría unos 7 años.
Desde aquel momento hasta que entré en la universidad, todos los dispositivos electrónicos a los que pudiera tener acceso, quedarían restringidos desde el domingo por la noche, hasta el viernes por la tarde. No puedo confirmarlo, pero tengo la intuición de que, el hecho de que mi madre viera a sus alumnos enganchados a los SMS, tuvo algo que ver.
Todo quedaba requisado entre semana: consolas, ordenador, móvil, rúter wifi... excepto un viejo mp3 de mi padre, al que descargaba toda la discografía de reggaeton que salía semanalmente.
La de horas y horas que perdí buscando en una enciclopedia, en lugar de teclear en Google. Tampoco tenía referentes de adolescentes masculinos más allá de mis amigos, así que os podéis imaginar el cuadro cuando empecé a elegir la ropa que vestía. Por no hablar de que estaba aislado de todas las innovaciones tecnológicas. La primera vez que escuché hablar de Apple, ya iban por el iPhone 5. ¿Blockchain? no escuché esa palabra hasta 2016.
Al principio no le daba importancia, el deporte, el conservatorio y los estudios me quitaban prácticamente todo mi tiempo. La rebeldía llegó con la adolescencia, mi escasa capacidad lógica me hacía pensar que internet iba a terminar con todos los problemas.
Una vez un profesor de la facultad me dijo que, a diferencia de las ciencias exactas, quienes estudiamos las sociales no tenemos un laboratorio donde medir los resultados de un ensayo, y que lo único que nos muestra las consecuencias de una acción, es la perspectiva que da el tiempo. Sobre la tecnología y los algoritmos el tiempo nos ha demostrado lo siguiente:
Tenemos cualquier información al alcance de un click sin necesidad de enciclopedias, y sin embargo somos la generación con menos capacidad de concentración de la historia.
Estamos rodeados de referentes, y sin embargo tenemos los adolescentes más insatisfechos/as con su vida, y más depresivos:
Ahora los jóvenes sí saben qué es el Blockchain. Al que más o al que menos, le han estafado con grupos de Pump & Dump, prometiéndoles hacerse ricos.
He estado pensando en cuál podría ser el origen de todo, y creo haber tenido una primera aproximación. Empiezo a creer que el origen está en las innovadoras formas de gestionar, desarrollar y medir el impacto de los productos digitales. Las metodologías ágiles para la gestión de producto son tremendamente potentes, y el impacto que generan es gigantesco.
Ser potente y tener mucho impacto no son cualidades que indiquen bondad o maldad, éstas serán buenas o malas dependiendo de cómo se empleen.
Al final, estas metodologías consisten en ir ajustando un producto para mejorar una serie de indicadores que se han definido previamente. De esta forma, si Facebook quiere incrementar el tiempo que usamos su app, sólo tendrá que ir realizando ajustes para mantenernos enganchados.
Y así, optimización tras optimización, ellos consiguen su objetivo, y nosotros tenemos sociedades más deshumanizadas y con nulas habilidades sociales. Porque cuando el Director de Producto de Facebook define "tiempo de uso de la aplicación" como un indicador estratégico a incrementar, lo está haciendo a costa de la salud de las sociedades.
Hace unos meses leí que los millenials ya no compraban en carnicerías porque no saben cómo dirigirse al dependiente. Compramos verdura en bandejas de plástico, los tornillos en Amazon, y si no hay una app para buscar fontanero, se nos cae el mundo encima.
La semana pasada CZ, el CEO de Binance, decía en una entrevista que él no cree en maximizar beneficios, sino en maximizar la industria. Sutil y significativo matiz. Lo que nos está diciendo aquí es que, ahora mismo, su indicador de referencia no son los beneficios, sino la cantidad de gente que entra en el mundo Crypto. Y si para ello tiene que dar acceso a instrumentos financieros híper apalancados, sin ningún tipo de control, y a adolescentes que no tienen conocimientos, pues se hace. Y si pierden su dinero, que lo pierdan. ¿Que hay que dejarles comprar productos sin subyacentes de valor (shitcoins)? Pues DogeCoins para todos. Lo importante es que entren a mi app.
No me malinterpretéis, claro que creo en la tecnología, pero ¿sabes también en lo que creo? En la Teoría de Juegos y en alinear incentivos. Y los incentivos de las empresas nunca han estado tan desconectados de los objetivos que debiera tener cualquier sociedad sana.
Así que por supuesto que hay que regular los algoritmos. Y por supuesto que los gobiernos deberían regirse bajo indicadores, y hacer públicos sus objetivos con respecto a éstos.
Que lo intrascendente no nos haga perder el foco de lo importante: de la sociedad que queremos tener. Si queremos medir la vida en momentos o si queremos medir la vida con indicadores.