Riqueza
– Eso que ven tus ojos es filigrana cordobesa.
Llevo 10 minutos de reloj contemplando una vitrina en una pequeña tienda de la judería de Córdoba. Solo hay dos opciones: o tengo pintas de ladrón o de un turista anglosajón que no sabe dónde se ha metido.
– ¿Filigrana cordobesa? – Lo repito despacio y con miedo, no sea que me trabe, y confirme que soy guiri.
– Y de la buena, además. De los años 30, antes de que todo se torciera.
Reconozco una buena historia cuando la veo, así que decido seguir preguntando.
– ¿Y qué pasó después?
– Después pasó el tiempo. – El silencio que precede la tormenta. – La filigrana cordobesa es una técnica milenaria del arte de la orfebrería, que consiste en confeccionar cada pieza a partir de finísimos hilos de plata, que terminan formando pequeños patrones de encaje. El artesano deberá utilizar el fuego y el aire durante horas, en un largo baile con los elementos que culmina con una pieza única, ligera y hermosa. Hoy ya queda poco de eso.
Por encima de sus gafas, Rafael, que es el dueño del museo que tiene por tienda, mira mi cara de querer saber más. Yo permanezco callado hasta que prosigue.
– Todo empezó con los primeros turistas. – Empiezo a preferir el papel de ladrón. – Tradicionalmente estas piezas se hacían por encargo en pequeños talleres que se situaban en los bajos de las casas de la judería. Los primeros turistas empezaron a quedar maravillados con el espectáculo de las piezas, y ofrecían cantidades desorbitadas por conseguirlas. Con la demanda, llegó la prisa. Con menos tiempo para cada encargo, el fino hilo de plata fue engordando, provocando que los patrones de encaje fueran menos esplendorosos. Hoy en día el principal productor de filigrana cordobesa, si es que a eso se le puede llamar así, es China. El artesano sustituido por la máquina. Ver para creer.
– ¿Hasta qué hora estás? – pregunto mientras busco el cajero más cercano
– ¡Yo no miro relojes! ¡Estoy hasta que me voy!
– Y mañana, ¿a qué hora abres? – Mientras pronuncio esas palabras, me estoy arrepintiendo.
– ¿Otra vez? ¡Llego cuando entro!
Me llevé tres piezas humildes, pero todas de antes de los 30. Una para mí y otras dos para regalar.
La reforma protestante no solo arrebató los Santos a sus practicantes. Con ellos, cualquier forma artística de adoración y representación fueron destruidos y, su práctica, considerada depravación y ostentación. Sus catedrales quedaron desnudas, sus lienzos, blancos; y sus ciudades a oscuras.
De entre todas las medidas de Martín Lutero, la más relevante que se me antoja fue la legalización del cobro de intereses en el préstamo. Su posición frente a la usura fue: De la misma forma que el pecador debe pagar una penitencia, quien derroche deberá pagar un interés. Y así, con la desmantelación del diseño y confección de joyas, apareció la relojería. Sus artesanos, despojados de su oficio y sin nada más que su experiencia, decidieron producir artilugios capaces de medir el tiempo y, por lo tanto, los intereses a pagar.
La respuesta del Catolicismo a la reforma protestante fue firme. Más arte, más luz y más expresividad. ¿Su resultado? El Barroco. Del Ora et labora (reza y trabaja) al Ars grata artis (el arte por el arte) . El espíritu Mediterráneo frente a la tenacidad del norte. Europa es heredera de su historia.
Norte y Mediterráneo; cal y luz; relojería suiza y filigrana cordobesa. No quiero contar minutos sino historias. No quiero el tiempo como cantidad, sino como cualidad. No quiero a Cronos, sino a Kairós.
“La prosperidad traerá belleza”, decían. La belleza no se alcanza con dinero, sino con riqueza.