Romper un plato
Hace un par de semanas leí Recibir en casa, un artículo de Guillermo Garabito en el que reivindica el papel de la cocina en la distribución de las casas. En cómo ese espacio ha sido una parte (si no la parte) fundamental de la forma en la que se ha forjado la cultura mediterránea. En sus propias palabras:
Por las cocinas pequeñas empezó la decadencia: en una cocina diminuta no cabe una vida. Una cocina necesita que quepa una mesa con sillas alrededor porque es precisamente allí donde se amasa casi toda la literatura que merece la pena escribirse. Las casas no requieren un hall en el que dejar los zapatos y los bártulos que no somos capaces de ordenar ya en otros lados, las casas necesitan un zaguán, un bargueño y un ropero en el que colgar los abrigos de los amigos cuando llegan; pero da igual porque ya no se invita. Por eso escribo este artículo, como manifiesto urgente para volver a recibir en casa.
Los momentos más felices de mi infancia los recuerdo en la cocina de la casa de la playa de mi abuela. Mi madre y mi abuela preparando el ritual que es para nosotros una cazuela de pebreres farcides, y yo arrimado a la mesa, rompiendo judías y dejándolas en un plato de la vajilla Duralex.
Hola, soy @heypauet, diseñador y emprendedor, actualmente en Blockeniza. Bienvenido a Libra, una carta semanal donde diseño y humanismo se encuentran a ambos lados de la balanza.
Nos vamos a la Francia de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto bélico obliga a cortar comunicaciones, y una histórica empresa gala, ve sus operaciones condicionadas por no poder comunicarse con sus socios americanos.
Para entender los orígenes de la vajilla Duralex nos tendríamos que remontar al siglo XVII, durante el mandato de Luis XIV. La Real Fábrica de vidrio desarrolló un procedimiento revolucionario que implicaba fundir vidrio sobre una mesa de metal. Abrió su principal sitio de producción en un pequeño pueblo en la parte noreste del Reino del que tomó su nombre: Saint-Gobain. Pero nos preocupéis, no vamos a ir tan lejos, nos quedamos, como de costumbre, en el siglo XX.
Los primeros años del siglo XX se caracterizaron por el boom de la electrónica en los mercados de consumo. Esto hacía que, cada vez más, se necesitaran nuevos materiales que fueran flexibles, aislantes, ligeros, incombustibles y lo suficientemente largos como para ser tejidos.
Este gran interés, hizo que Saint-Gobain fuera uno de los principales productores y distribuidores de Europa de la lana de vidrio, un tipo de vidrio que cumplía esas características.
Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial obligó a Saint-Gobain a cortar comunicaciones con su principal socio estadounidense, Owens Corning Fiberglas, y obligó a la compañía a crear su propio proceso de fibra.
Los primeros pasos de la fibra de vidrio los dio Pierre Heymes, un joven ingeniero francés, que por aquellos años comenzaba a investigar para Saint-Gobain. Sin embargo, desde su descubrimiento a la fabricación, tuvieron que pasar algunos años.
El resultado merecería la pena: una variante muchísimo más resistente, que al romperse, lo hacía en pequeñas bolitas que cortaban mucho menos que el vidrio normal roto.
Pierre no era consciente de la revolución que suponía su fibra de vidrio. La mismo de fibra que hoy, 70 años después, seguimos viendo en botellines de refrescos de cola, y otra gran cantidad de productos.
Si a estas características, le añadimos una sociedad de postguerra pobre, en la que todas las casas se usaban vajillas de porcelana (muy delicadas), y los aires de industralización de la posguerra; nos sale la tormenta perfecta para que Saint-Gobain penetrara en el mercado de las vajillas y productos del hogar. Y vaya si lo hizo.
Tras convertirse en el líder de las botellas de vidrio, Saint-Gobain lanza a mediados de los 60 las primeras vajillas en España bajo la marca Duralex.
El mensaje era claro, la durabilidad y robustez de la vajilla era el principal argumento de venta.
El primer modelo que llegó a España fue el clásico color ámbar. Que todos hemos acabado utilizando, si no teniendo, alguna vez en la vida. Más adelante llegaron el color verde y el azul.
Duralex nace y crece en una época de escasez, con una sociedad educada en la conservación, en el mimo y en el cuidado. Yo, en cambio, he nacido y crecido en época de abundancia.
La misma abundancia que ha hecho que quebrara Duralex a principios de año, o que ha hecho entrar en decadencia la industria del detergente. Ya no se hacen buenos detergentes porque ya no se compra ropa para que dure en el armario. Y ya no se hacen vajillas con mimo porque no hay piso en el que estés más de 24 meses.
No estoy diciendo que los tiempos de escasez fueran mejores, pero ellos, por lo menos, no rompieron un plato.
Lo insportable
No es lo mismo "decidir que te vas de viaje" que "preparar el viaje".
A mí por ejemplo, me encanta empezar a fantasear en mayo con el viaje que voy a hacer en agosto. Pero eso no quiere decir que lo empiece a planificar, simplemente me dedico a imaginarme paseando con Juan y Totó por el mercado de La Viña.
Lo reconozco, lo de reservar con antelación no es lo mío. Soy un auténtico fanático de coger los billetes de tren a última hora, con el riesgo de quedarme sin asiento; o ir en busca de una terraza en Madrid a las 14:30 de un sábado. Qué narices, a la vida hay que darle riesgo, si no, no tiene emoción.
Cuando decidimos que nos iríamos a Cádiz, se lo conté a mi familia para que lo tuvieran en cuenta a la hora de preparar sus vacaciones. La respuesta de mi madre fue muy distinta a lo que espeeraba:
— "¿A Cádiz? ¡Uy qué bonito! Voy a reservar yo la siguiente a la de tus amigos y te sumas después con nosotros. ¿Qué semana vais?
— ¿... semana? Emmm, no lo sé.
— Venga pues pregunta y así me organizo.
Y así fue cómo por primera vez conseguí tener un viaje organizado con más de una semana de antelación.
La semana con mi familia fue en Jerez. En Salitre os conté que a mi madre le encanta llevarnos con la lengua fuera a mil y un sitios, para no perdernos nada. Yo lo detesto, pero hubo un día que lo disfruté como ninguno.
Era un viernes por la noche y habíamos decidido ir a un tabanco flamenco. Quien me conoce considera que tengo buena capacidad de socializar, pero eso es porque no conoce a mi madre. Es una versión ultrasofisticada de cómo entablar conversación con gente que no has visto antes, ni volverás a ver después.
Al terminar la noche, mi madre empezó a hablar con una señora mayor, que parecía ser la representante (o la abuela) de la bailaora que actuaba. La señora acabó sentándose en nuestra mesa, y tuvimos una conversación que jamás olvidaré.
Nos contaba que la asociación cultural de gitanos había tenido que meter cabeza en los tablaos flamencos por asuntos de apropiación cultural.
Me decía, con un cóctel de vehemencia, indignación y un acento tan natural que encandilaba:
Hombre, claro, lo que no puede ser es ponerte el traje de gitana sin mantoncillo en agosto, porque según tú "hace mucho caló". Si te gusta nuestra cultura es pa lo bueno y pa lo malo, pero si replicas, replica bien
Me recordó a aquella chica de Córdoba, que una vez me dio una de las más grandes lecciones sobre el amor, que jamás he recibido:
“Sabes que es amor, no cuando lo bueno te parece lo mejor, sino cuando lo malo ya no te parece tan insoportable”.
¿Me ayudas a hacer que la familia crezca?
Decía mi madre que lo que te hace bien, es mejor si es compartido. Si te ha gustado, compártelo con esa persona que sabes que le encantará esta carta.