Esta es una carta no de diseño, sino de gratitud.
Decía García Márquez en sus memorias que la vida no es lo que hemos vivido, sino lo que hemos recordado. Y cuando reflexionas sobre la potencia de estas palabras, cambia radicalmente el enfoque, no del qué, sino del cómo vivir los momentos.
Hace unos meses me dio por pensar en épocas pasadas de mi vida. Algunas las recuerdo con más clarividencia que otras, pero yo siempre trataba de responder a la misma pregunta: ¿fui feliz aquellos días?
El tiempo es caprichoso. Y ladrón. Roba. Roba todo, y solo da una cosa a cambio: perspectiva. Y así fue como cambié mi forma de vivir las vacaciones.
Mi madre, por ejemplo, es capaz de patear 22 poblados encantadores, visitar el museo del pescador, el de miniaturas, el de Manuel de Falla y el del Jamón; probar 5 variedades de queso payoyo, y hacer una cata de manzanillas. Todo eso en 7 días, y sin cansarse a sus (bien llevados) 54.
Juan y yo, sin embargo, somos más de perder dos horas desayunando en una terraza mientras nos dejamos impresionar por el Barroco de la catedral de Cádiz. Preferimos pasear calmados, alpargatas y camisa de lino mediante, por el mercado de La Viña. Y, finalmente, acabar comiendo cuatro ostras a precio de croquetas, tras regalarle los oídos durante media hora a la pescatera, para que nos deje pagarle con un Bizum.
No pueden negarnos el disfrute de un jueves en Casa Bigote. Cuatro rondas de manzanilla y la tarde enseñándonos la cintura. Nosotros buscando que el cielo rimara, y al final acabó hundiéndose verso adentro.
Restaurantes que no reservan, camareros que te cantan “lo que tienen”, y comandas que se anotan a mano. El Covid y la tecnología se pueden poner como quieran, yo me niego a aceptar otra cosa.
Lo importante, para nosotros, no es vivir mucho, sino vivirlo fuerte. Poco y con calma, mimando los recuerdos que luego tendremos. Que nos dé tiempo a saborear los matices de cada momento. El calor y la brisa, el salitre y los amores de verano (los amores de verano). Dicen que es más difícil cerrar una maleta, que olvidarse de ellos.
Olvidaremos aquellas chicas del Puerto de Santa María, con sonrisas tan ágiles como sus vestidos. Se acercaron a pedirnos fuego, y les contamos que habíamos dejado las finanzas corporativas en Madrid, para ser diseñadores en no recuerdo qué ciudad de apellido exótico.
“Bien perfumados y bien peinaditos, para encontrar una novia de apellido bonito”.
Juan y Totó me han regalado uno de los mejores veranos de mi vida. No necesito dejar que pase el tiempo para saber que fui feliz esos días.
Tampoco habríamos matado por un par de noches más, porque nosotros siempre fuimos chicos de buenos modales.
Volveremos a leernos en septiembre. Ya estoy pensando más historias de diseño (y de la vida, que también disfruto escribiendo otras cosas). Dejo el buzón abierto (eso siempre), por si os apetece proponerme cualquier tema de estudio, libro o simplemente para contarme vuestras historias de amor de verano, eso me encantaría.
Disfrutad las vacaciones. Os quiero mucho.