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Dejando rastro
Hay una leyenda urbana que afirma que el origen etimológico de la palabra alumno es ausente de luz (por lumen - luminis). Hubo, durante mi época de la universidad, verdaderos movimientos organizados para eliminar esta palabra del uso en las aulas.
Lo cierto es que alumno viene de alumnus, que es derivado del verbo alere (alimentar, criar, nutrir o hacer crecer). No se me ocurre una forma tan maravillosa de describir la relación entre un alumno y un maestro. La preocupación de alimentar, criar y hacer crecer a su discípulo, con el cariño, el esfuerzo y el amor que eso implica.
A mi yo adolescente se podrían haber referido como alumen (carente de luz). Porque otra cosa no, pero pardillo he sido un rato. Lo que también he sido es organizado, aunque nunca más de 3 días seguidos, tampoco nos vayamos a pasar.
Las mejores épocas del año, durante mis días universitarios, eran los principios del cuatrimestre. No por las fiestas, que también, sino por la planificación del material escolar. Elaboraba un presupuesto e iba a la mejor papelería de la ciudad a comprar bolígrafos, subrayadores, grapadoras, post-its... y un sin fin de productos que terminaba sin utilizar dos semanas después.
En fin, que no nos quiten la ilusión. Cuatri nuevo, bolis nuevos.
Para contaros la historia del bolígrafo nos tenemos que ir hasta Argentina, durante la Segunda Guerra Mundial. Un joven periodista húngaro, nacionalizado argentino, llamado László József Bíró revolucionaría la escritura.
László estaba harto de las manchas en la mano que le ocasionaba la pluma. En occidente escribimos de izquierda a derecha así que la pluma, con la fluidez de su tinta, hacía que la hoja se manchara cuando arrastraba su puño.
Su hermano era químico, así que juntos desarrollaron una tinta muy útil para la escritura a mano, mucho más densa y que se secaba rápidamente. El problema era que no podía utilizarse con la pluma pues se entrecortaba al escribir. Había que cambiar el mecanismo de la punta.
Un día, László se quedó observando a unos niños jugar en la calle con una pelota. Cuando el balón pasaba rodando por un charco, salía de él dejando una estela en forma de línea de agua en el suelo seco. Su bombilla se iluminó.
Debía utilizar una bolita en la punta, en lugar de una pluma. pero lo complicado era fabricar esferas de un tamaño tan pequeño. Biro patentó un prototipo en 1938, pero no se llegó a comercializar.
En 1939, Agustín Pedro Justo, el Presidente saliente de la República de Argentina se encontró al joven Bíró redactando una noticia con su recién inventado artilugio. Maravillado por esa forma de escribir se puso a conversar con él.
En algún momento de la conversación Bíró comentó lo difícil que era conseguir un visado para marcharse de Yugoslavia. Agustín, que no le había confesado quién era, le dio una tarjeta con su nombre. Él y su hermano marcharían a Argentina al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Fue allí donde László József Bíró y su hermano siguieron desarrollaron su invento, también en un sentido comercial. Servirían de inspiración para otros reconocidos productos que veremos otra semana.
El diseño del entendimiento, de la resolución y de la reflexión, es el permanente. Diseño para lo útil, también para lo bello. Para escribir, para soñar, para durar. Diseño que, como aquel balón mojado, va dejando rastro.
De forma consciente
Todavía recuerdo la primera vez que salí de fiesta. Estábamos en el instituto un viernes. Yo tendría unos 15 ó 16 años, y habíamos estado hablando en el patio sobre la opción de salir, esa misma noche, por el centro de Alicante.
En realidad la conversación fue más, una calentada, que otra cosa. Alguien en el banco donde hacíamos corro dijo, con la confianza del que lo ha hecho mil veces: "esta noche, Barrio". Todos nos giramos hacia él.
Tengo memoria de ese momento como si hubiera sido ayer. Se notaba una especie de niebla. Durante un eterno instante de dos segundos, se pudieron apreciar, en cada uno de nosotros, expresiones de miedo y perplejidad a partes iguales. Esos dos largos segundos se rompieron cuando, el más machito del grupo, dijo: "sí, sí esta noche se lía". De repente todas esas expresiones de duda se borraron. ¡A ver quién era el cobarde que oponía resistencia!
Conocía bien a esos chicos. Amigos de toda la vida. Os aseguro que a excepción de quien propuso la idea, que había salido una sola vez, nadie lo había hecho antes. Absolutamente nadie. Pero, ¿ibas a ser tú el pardillo que iba a decir que no?
Durante el resto de clases no pude concentrarme. No paraba de darle vueltas al momento en el que iba a preguntarle a mis padres si me dejaban salir por primera vez en mi vida.
Yo para mí:
Nada, se lo digo y ya está. Soy mayor, tiene que entenderlo "Mamá, esta noche salgo de fiesta", y a ver qué dice. No, no, no puedo soltarlo así. Conociéndola se va a empezar a reír en mi cara y de ahí ya no hay escapatoria...
Opté por poner cara de buen chico y preguntarlo sin más. Siendo honesto, una parte de mí quería que dijese que no. Me daba vértigo. "Un pequeño paso para mis largas piernas, un gran salto para mi madurez".
Por otro lado, tenía ganas de salir por primera vez con mis amigos y no ser el último pardillo del grupo.
Mamá, han dicho mis amigos que quieren salir de fiesta al Barrio esta noche, ¿puedo ir?
Mi madre me miró. Más que mirar, escaneó. Tres segundos de silencio.
- ¿Tú qué crees? - dijo con absoluta serenidad.
- Pues no sé... - contesté yo incrédulo
- ¿Has sacado buenas notas en los últimos exámenes?
- Sí... - entonces entendí por dónde iban los tiros.
- ¿He recibido alguna queja por tu comportamiento?
- No...
- ¿Me obedeces con todo lo que te mando?
- Sí...
- ¿Crees que puedo confiar en ti?
- Sí
- Entonces, ¿tú que crees? ¿Puedes salir esta noche con tus amigos?
- Sí
- Pues ya lo sabes. A las 3:30 en casa. Llévate móvil y me avisas si pasa algo. Te advierto de que te voy a oler la ropa cuando vuelvas, jovencito.
En mi casa nunca ha habido súplica que valiera. Todo ha sido siempre una sentencia: no hay peros que valgan, entre semana no coges el ordenador; o una negociación: irás a entrenar mientras no llegues ningún día sin haber hecho los deberes. Las negociaciones siempre han sido justas.
Siempre ha habido espacio para el placer, después de haber cumplido con mis obligaciones de adolescente dinámico.
Esa actitud de negociación la sigo manteniendo hoy en día conmigo mismo. De hecho, saber gestionar mis propias recompensas, es lo que me mantiene con frescura.
No tener momentos de disfrute es decadente. Soy incapaz de comprender a esas personas que viven en un constante estado de autolimitación. Hay quien entiende la austeridad ante el placer como su forma de alcanzar la virtud. Ahorrar el 50% de tu salario, vivir en un piso de 20 metros cuadrados y no salir los fines de semana. No se me ocurre peor forma de teñir una vida de gris
El Sol no volverá a caer como lo hace en la primavera de los 25; la tarde no volverá a enseñarnos de esa forma la cintura, y el tiempo nos demostrará que hay cosas que no tienen cura. Porque Drexler siempre tiene razón.
Vivir, sin embargo, en un constante estado de permisión genera debilidad. Comer chocolate a deshoras, beber (alcohol) cuando no es momento, dormir siestas de 4 horas... son ejemplos de carencia de disciplina. Generan debilidad mental y falta de orden. Me atrevo a decir que incluso nuestra mente es consciente de que no es lo correcto, y nos genera sentimientos contradictorios. Satisfacción y culpabilidad al mismo tiempo. De nuevo, decadencia.
No hay en el mundo nada que deteste más, que beber un vino con prisa. No importa que sea la prisa que da el tiempo, o la prisa que genera la culpa. Los momentos del disfrute son para la calma y para ser saboreados. Quien se calza una botella cada día de la semana, no es capaz de disfrutarla. La abundancia de hedonismo hace que se diluya su valor.
Encontrar el orden y la balanza. Negociar con nosotros mismos. Disfrutar los momentos de placer y no vivirlos con prisa. Gozar el jolgorio, la alegría, no ser un gris. Ser conscientes del hedonismo, y vivir el hedonismo de forma consciente.
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