Diseño ejemplar
Teníamos 17 años, acabábamos de terminar el bachillerato y nos disponíamos a empezar el mejor verano de nuestras vidas. Una tríada que podría haber vuelto loco a cualquier joven alicantino: hogueras de San Juan, jovialidad postadolescente y noches interminables de verano.
Recuerdo una de esas noches de calor y camisas de lino. Es probable que las olas se escucharan, aunque eso no lo recuerdo. Todos nuestros sentidos se centraban en arrancar carcajadas a esas chicas de sonrisas ágiles. Javier me agarraba del cuello con el brazo mientras hablábamos con ellas. Pocos saben el impacto que puede suponer un gesto así. Alegría despreocupada, la seguridad de quien no teme a la muerte y amigos que confían entre ellos, es el mayor de los efectos halo durante el cortejo. Pablo nos vio a lo lejos. Se acercó a nosotros como Morante entrando en Las Ventas.
— ¿Un paquito? - estira el brazo hacia a mí mientras toma posición en la conversación.
Le miré, pensé rápidamente y lo acepté diciendo a mis adentros ‘pues ya está, hacerse mayor era esto’.
Encendí ese cigarrillo como quien lo ha hecho toda la vida. Aguanté la tos como un campeón, no fuera a parecer un novato delante de esas chicas. Noté un pequeño mareo, aunque quizá solo fuera una potente sensación de libertad.
En 1926 Marianne Brandt, joven estudiante de la Bauhaus, diseñó uno de los mejores ceniceros que se han diseñado jamás. Junto a László Moholy, creó este clásico del diseño: el cenicero Ashtray, en acero inoxidable y latón.
Fiel a los pilares de la Bauhaus, Marianne diseñó el cenicero siguiendo los principios de geometría en sus formas. Media esfera conformaba la estructura principal del cenicero.
Mostrando sensibilidad por la funcionalidad, incorporó un medio cilindro que permitía dejar apoyada la colilla. Además su tapa desmontable hacía fácil vaciar las cenizas. Mientras que la base de la estructura en forma de cruz, proporcionaba estabilidad.
El cenicero Ashtray es fascinante por la sensualidad, sofisticación y elegancia que consigue utilizando únicamente formas geométricas. Elegancia sencilla y discreta. Sprezzatura.
En otro contexto histórico y con un planteamiento algo distinto, el diseñador industrial André Ricard (Barcelona) diseñaría en 1966 uno de los mejores ceniceros sobre los que este joven haya depositado una ceniza.
Su diseño de una sola pieza es absolutamente sobrio. André redujo al máximo todas las funcionalidades que se pueden esperar de un cenicero de mesa común. Su atemporalidad le ha llevado a trascender y mantener una influencia que perdura hasta el día de hoy.
Cada cenicero es un recipiente abierto. Desde su interior emerge otra figura más pequeña que ayuda a sostener o apagar la colilla. Este elemento se complementa por una sutil boquilla instalada en el recubrimiento y que cumple la función de alojar firmemente el cigarrillo.
Además, los Ceniceros Copenhaguen están preparados para ser apilados. André tuvo en cuenta este detalle, e hizo las bases acoplables entre sí. Los objetos se juntan formando un sistema entre ellos. La suma de objetos abre la puerta a una nueva función.
Todas estas características lo llevaron a obtener el Delta de Plata ADI-FAD en 1966 y el Delta de Oro 25 años AdiFad 1985.
Nos dice José Luis a la salida de los vinos de confraternización que se celebran en el Instituto "¿Fumando? ¡Estáis en contra del Zeitgeist!". Reímos. Son malos tiempos para el humo, la risa y el diseño ejemplar.
Antes de que te marches
Recuerda las palabras de Leo Buscaglia, que decía algo así como que 'una de las cosas en que consiste la vida es nuestro gozo con la gente que queremos'. Si te ha gustado la carta de hoy, ¡compártela!