Las almendras más dulces del reino
Cuenta la leyenda que en un lugar de la cuenca mediterránea, hace muchos, muchos años, un Rey se enamoró perdidamente de una princesa escandinava. La princesa, que tenía un gran arraigo a su tierra natal, rechazaba una y otra vez al apuesto rey, pues decía que en su tierra no encontraría la amabilidad de su pueblo, ni podría disfrutar de sus bellos paisajes siempre adornados con la blanca nieve invernal.
El rey, desesperado por ver a la princesa rechazarle en tantas ocasiones, y maldiciendo al Mediterráneo por no darle frío en invierno, tuvo la idea de plantar por todos sus territorios, alrededor del castillo, miles de almendros. De este modo, cuando los almendros florecieran, sembrarían el paisaje de tonalidades blancas, de tal modo que todo pareciera nevado.
Cuando la princesa vio el gesto que tan apuesto caballero había hecho por ella, quedó maravillada, y ambos se casaron para felicidad de todo el reino.
Los habitantes de Jijona, a partir de ese momento, aprendieron a recoger los frutos de los almendros y a tratarlos, elaborando así un manjar tan dulce, como el cariño que se tenían los dos enamorados.
Mi madre es de esas personas que disfrutan adecuando todo el hogar a esta época del año. Ella siempre ha dicho que la familia es un trabajo, porque cuesta. Qué barbaridad la fuerza con la que abandero hoy esas palabras.
La familia cuesta porque todas los grandes logros de la vida salen caros. La rebeldía, la libertad, los ideales... cuestan, pero pobre de aquél que no esté dispuesto a someterse a tal sacrificio.
Este martes me vine de vuelta a casa. Ahora mismo estoy confinado en el refugio. Hasta aquí llega la decoración navideña. Lo que no llega es la bandeja de turrones y mantecaos, supongo que lo han hecho a consciencia.
Sobre la invención del turrón hay muchas historias. Algunos intelectuales comentan que sus orígenes están ubicados en la península arábiga, alrededor del siglo XI. Ellos lo llamaban turun, y hasta hay un tratado, el de medicinis et cibis semplicibus, escrito por un médico árabe, que así lo recoge. Al parecer la receta podía haberse extendido por la península ibérica desde la zona de Al-Laqant (Alicante), donde comenzó la devoción por el dulce.
Cuando los protestantes renunciaron a la fe católica para fundar la suya propia, la Iglesia no fue lo único que rechazaron. También abandonaron una cultura, una forma de estar en el mundo. Rompieron con la fiesta, el jolgorio y todo lo que implica la cultura mediterránea. Volver a casa por Navidad y que haya turrón, jamón, vino, cordero... es nuestra razón de ser. También lo es el esfuerzo, pese a que a los alemanes (y a los liberales) les cueste reconocerlo.
Porque amar, a corazón abierto, como se quiere a una familia, cuesta; la fiesta, cuesta; conquistar una princesa, cuesta; y también cuesta tener las almendras más dulces del reino.