Quedarnos colgados
Nos vamos a principios del siglo XX, concrétamente al Michigan de 1903, cuando Albert J. Parkhouse, un jovencísimo trabajador de Timberlake & Sons, llegó a la oficina después del descanso de la comida.
Dicen por ahí que a Albert le gustaba dar un breve paseo después de comer, pues eso le ayudaba a hacer mejor la digestión. Sin embargo, cuando llegaba a su puesto de trabajo, ya no tenía sitio para colgar su abrigo, puesto que todos los colgadores estaban ya ocupados.
Timberlake & Sons era una compañía que se dedicaba a las manufacturas. Por alguna página y tras mucho rebuscar, he encontrado artículos originales como este. Un portador de botellas que se usaba para la leche.
Especializado en el alambre y cansado de quedarse sin lugar donde colgar su abrigo, el joven Albert se puso manos a la obra y creó uno de los objetos que acabaría en los hogares de absolutamente todo el mundo.
Sin ninguna planificación, diseño ni investigación previa. Alberto resolvió un problema, que tenía como usuario, de forma sencilla y artesanal. Cogió un par de alambres de los que abundaban en la fábrica e hizo dos óvalos entrelazados con un gancho en medio.
Albert llamó la atención de su jefe, que solicitó la patente de esta idea a través de su abogado el 25 de enero de 1904. Albert no recibió crédito por el invento, ya que fue registrado a nombre de de la empresa.
Miro la vieja cazadora encerada sobre el burro de mi habitación. Admiro su carácter, dispuesta a sufrir la lluvia madrileña para proteger con lealtad a quien la porta. Diseño que perdura, que resuelve y reconforta. Diseño para quedarnos colgados.